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Los derechos humanos y la inteligencia artificial. Subjetividades bajo tinieblas

  por Adriana Isabel Agüero

“El derecho es su ejercicio”, nos dice Mónica Chama al tiempo que orienta el quehacer del Consejo de las Mujeres. Fue recordarla lo que me exhortó a aceptar la invitación del Instituto Internacional de Derechos Humanos – España a participar en el Conversatorio “Los Derechos Humanos y la Inteligencia Artificial”.

Porque estoy convencida de que nuestro tiempo, caracterizado por un entramado social tan agujereado, demanda que desde los múltiples espacios de los DDHH estemos alertas y disponibles para detectar todo aquello que, al poner en riesgo la subjetividad, está obstaculizando el trabajo incansable en la búsqueda de la paz, libertad y mejor convivencia. Camino de por sí sinuoso e inestable como lo demuestra la historia de la humanidad.

Pues sabemos que el humano no se humaniza por fuera de la cultura, por fuera del interjuego de palabras, pensamientos, sensaciones, sentimientos, sino es a través de la con-vivencia, en ese complejo de juego de lazos entre uno y los otros.

Así que, luego de este preámbulo, paso a compartirles ideas de mi decir en esa oportunidad:

En este escrito no encontraran la mirada de una experta en tecnología sino la de alguien preocupada, desde hace años, por ese padecer de más que conlleva para el sujeto habitar un mundo cada vez más globalizado, en el que la técnica ha devenido en nuevo amo cuyos desarrollos intentan legitimar aspectos irracionales de la sociedad.

Es ante este panorama tan complejo que considero que, junto a la voz del especialista que propone la época, es necesario abordar este tema desde la interrelación de distintos campos del saber.

Los invito a que me acompañen en esta aventura, poniendo en tensión los DDHH y la inteligencia artificial para pensarlos más allá de ciertas posturas mesiánicas y escépticas. Tal vez, solo tal vez, también sea el intento de la ley de regularización que acaba de proponer la Unión Europea.

No son pocos los episodios, no sin consecuencias, los que fueron patentizando cómo la tan elogiada razón devino en razón instrumental; razón que promovió durante el siglo pasado grandes adelantos, aunque también discursos hegemónicos. La mundialización fue arrastrando a la conformación de una masa, de un colectivo de identidad única, homogénea. Al mismo tiempo, bajo ofertas “ilusorias” de supresión de todo conflicto, fueron velándose gravísimas atrocidades que dañaron a la naturaleza, al planeta y al mismo ser humano.

Si bien, desde la Filosofía, Literatura, Psicoanálisis y demás ciencias, se alzaron voces de alertas, las mismas no lograron impedir esos horrores.

Pero fue su insistencia, “aporte indirecto y estimulante”, la piedra basal de la creación de nuevas organizaciones en tanto garantía de libertad, de respeto y paz ante todo exceso de poder.

Así, como ejemplo prínceps, hace 75 años, diversos sistemas democráticos representativos al igual que algunas monarquías parlamentarias se sintieron convocados por la necesidad de contar con una nueva guía para la restauración de la paz, dando lugar al surgimiento de nuevas organizaciones mundiales y a la proclamación de: “La Declaración Universal de los Derechos Humanos”, reafirmando que los derechos no nacen del poder sino contra él.

A pesar de esos esfuerzos, la insistencia del poder dominador sigue socavando nuestro habitar. Intención de la cual ni el Big Data y ni el Dataísmo están excluidos. Bajo su imperio subsumen astucias de una excesiva burocratización de las instituciones, de la protocolización de las prácticas, que solo vemos incrementan la reificación del sujeto.

Ante lo cual me pregunto y les comparto:

- ¿Los organismos y las organizaciones de DDHH, en tanto posicionamiento ético, estamos alertas a esas señales que a modo de señuelos funcionan para persuadir con su engaño nuevas maneras de dominación?

- ¿Tenemos en cuenta la imperiosa necesidad de resguardar espacios socioculturales donde prime una mirada crítica, una reflexión continua?

- ¿Propiciamos ambientes familiares, sociales, institucionales, donde la subjetividad (en tanto forma de ser y hacer en el mundo) se pueda ir conformando entre encuentros de unos y otros como un modo de forjar ese bien-estar común que no es sin el despliegue de la singularidad que nos hace humanos?

- ¿Reconocemos la importancia de incentivar esa capacidad poética exclusiva del ser humano?

La historia de la humanidad nos muestra que los descubrimientos y la aparición de herramientas fueron invenciones humanas claves para su desarrollo; recordándonos que las “creaciones artificiales” no son buenas ni malas, el problema es lo que se hace con ellas, ¿quién las utiliza?, ¿para qué?, ¿con qué fin?

Las llamadas nuevas tecnologías surgen después de la Segunda Guerra Mundial. La Cibernética es una ciencia nacida 1942, como una forma de abordar el control y la comunicación en general.

Dentro de ese despliegue, la Inteligencia Artificial (AI) ya tiene medio siglo de existencia. Su término fue acuñado en 1956 por John McCarthy para referirse a máquinas que ejecutasen tareas y resolviesen problemas, y que lograsen objetivos de una forma similar a como lo hacían las personas.

Esta evolución Científico-tecnológica o Revolución de la Inteligencia fue y sigue siendo tan abrupta, que muchas veces su obsolescencia veloz conlleva el adormecer de todo cuestionar.

Casi sin advertirlo, nuestros quehaceres cotidianos (desde lo doméstico a lo profesional, social, deportivo) fueron quedando circunscriptos a un mundo globalizado, tecnológicamente desarrollado, que además de innegables beneficios también patentiza graves riesgos para el sujeto.

En esa vía, la Carta de Elion Musck de marzo del 2023, entiendo que merece toda nuestra atención, pues al igual que el posterior comunicado de Sam Altman (el creador de ChatGPT), quien ya había firmado esa carta como el CEO de OpenAI, parecen marcar un punto de inflexión.

La carta de Elon Musk apuntaba directamente a OpenAI, proponiendo frenar por 6 meses el desarrollo de modelos de lenguaje más poderosos que GPT-4.

Más de los 1000 expertos que acompañaban al magnate consideraban que la tecnología tras ChatGPT, Bing o Copilot X podía traer "efectos catastróficos para la humanidad”, solicitando "pausen de inmediato, durante al menos 6 meses, el entrenamiento de los sistemas de inteligencia artificial más potentes que GPT-4" por ser una "amenaza para la humanidad" (GPT-4, es la versión más avanzada ChatGPT)

Sumado a esto, meses después, Altman (aun siendo CEO de OpenIA) junto a otros técnicos publicaron un escueto comunicado aseverando que el potencial "riesgo de extinción" que representa la IA debería tratarse con la misma importancia que otros eventos catastróficos globales como una guerra nuclear; exhortando, durante una audiencia en el Senado, a los legisladores americanos a regular la inteligencia artificial debido a que su auge implica un potencial crucial que requiere garantías.

A la vez que deja flotando estas preguntas, (que cito textual): "¿Será [la IA] como la imprenta que difundió ampliamente el conocimiento, el poder y el aprendizaje, que empoderó a individuos comunes y corrientes que condujeron a un mayor florecimiento, que condujo sobre todo a una mayor libertad?". "¿O será más como la bomba atómica: un gran avance tecnológico, pero cuyas consecuencias (graves, terribles) continúan persiguiéndonos hasta el día de hoy?"

Opino que pasar por alto estas alertas sería de una gran irresponsabilidad.

¿Por qué? Porque, compartiendo la idea de otros pensadores, son sus propios creadores, sus inventores, quienes se ponen a la cabeza de su advertencia, previniendo de su capacidad indefinida de ser un nuevo dispositivo de ese poder que tiene la capacidad intrínseca de ser un dominador sin límites. Lo que implica para la humanidad el riesgo de quedar en manos de mínimos grupos con muchísimo poder.

Como vemos, el gran poder de la IA es su ilimitada capacidad de utilizar todas las ventajas del Big Data aunado al Dataísmo, junto a la novedad de la invención de un algoritmo que porta la capacidad de auto renovarse sin ninguna modificación externa, lo habilita sólo por su alta capacidad de almacenar datos.

A mi entender, el ENUNCIADO de la carta de Elon Musk y las declaraciones de Altman nos exponen claramente la fundamental significancia de estos algoritmos: no necesitan del ser humano para su modificación, y excluyen todo control humano sobre posibles objetivos de dominación o destrucción.

Más allá del debate que pueda llevarnos a iluminar si estas declaraciones están guiadas por fines humanistas (como puede ser la destrucción de los mismos) o solo por la necesidad de acuerdos con esos estados decididos a legitimar quien tiene el poder, considero que es su ENUNCIACIÓN la que nos da guiños sobre la responsabilidad que nos compete como sujetos preocupados por la dignidad y autonomía de la persona; de guarecer y preservar esa imprescindible capacidad de la inteligencia humana que no es solo acumular datos sino su posibilidad de interrogarlos, de analizarlos, de cuestionarlos.

Por eso, al escuchar desde algunos espacios empresariales que “hay que humanizar a la inteligencia artificial”, no pude dejar de preguntarme: ¿no tendremos que humanizar al humano tan deshumanizado por los horizontes culturales de los últimos tiempos? ¿Sacarlo de esa cosificación a la que se lo intenta relegar?

Hablar de inteligencia artificial nos implica reiterar que lo artificial no es en sí mismo ni bueno ni malo. Como ya he dicho, las herramientas son todas productos artificiales, ya que son creaciones humanas, cuyo “valor” depende del uso que le pueda dar y controlar el ser humano. Valores que, en tanto éticos-morales, solo se van gestando en la posibilidad que abre todo encuentro, en tanto oportunidad de reunión, de diálogo, de lazos que todo compartir nos enseña: esa ambivalencia entre el bien y el mal, ese disloque entre lo singular y lo universal, la complementariedad de los opuestos, la discontinuidad entre la vida y la muerte.

Son esos núcleos míticos éticos de la cultura que van instituyéndose al tiempo que se establecen en esas normas habilitantes de toda “con-vivencia”. Leyes orales o leyes escritas, tradiciones de los pueblos o sistemas jurídicos de las sociedades. Es la historia la que nos revela que no es posible buscar e instrumentar los medios para garantizar la paz sin ese Ethos Democrático que se anime a reconocer la necesidad de tolerar un equilibrio dinámico y abierto ante la imposibilidad de armonía perpetua.

Saberes ancestrales casi perdidos en esa transformación del saber en conocimiento y del conocimiento en esa mera y efímera información; información que van usando los algoritmos autogenerativos y los habilita a tomar las decisiones más importantes para la humanidad.

Desde esa perspectiva, insisto, la inteligencia humana incluye la razón, pero también lo emocional, lo corporal, lo sensorial, la sensibilidad, lo social, nos da la oportunidad de la duda, de sostener ese misterio, esa sorpresa que más de una vez nos brinda esa solución, esa salvación que está por fuera de todo cálculo y que, seguramente, más de una vez, en tanto seres humanos, habremos vivenciado.

Por los cual estimo que es una responsabilidad ética, sin posibilidad de diferir, que las organizaciones de DDHH intentemos resguardar y promover toda praxis solidaria de un actuar y un pensar sostenido en la razón crítica y reflexiva, de la libertad (en tanto capacidad de elección), la igualdad (como capacidad de compartir, de tolerar lo diferente), la dignidad (que brinda la autonomía) ante el riesgo de ser coaptados por cualquier modo de dominación.

Dejemos entonces que este desafío como Instituto Internacional de Derechos Humanos nos siga convocando a pensar, a investigar, a producir...

 

Adriana Isabel Agüero
Coord. Comité Tradición y Saberes
Consejo de las Mujeres. IIDH-América

22/03/2024




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