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ATOLLADEROS DE LA DESMESURA
por Adriana Agüero Mónica Chama - Consejo de Las Mujeres del IIDH-América.
El derecho es su ejercicio, sostenemos desde el Consejo de las Mujeres del IIDH-América, y
desde nuestro origen hemos convocado a “arriesgar la palabra”, paso imprescindible para
hacer de nuestro derecho la roca viva de un compromiso de interpelación continua sobre los
dilemas que desafía nuestro vivir. Vivir signado coyunturalmente por el horizonte de sentido que
la época propone.
Creemos que una de las aristas ineludibles a confrontar es “la cultura de la inmediatez”, la
cultura de “todo es urgente”. Imaginario que va marcando la exigencia de “estar conectados”
como un modo de vivir.
¿Conectados a qué? Y la pregunta no es a quién o quienes porque se supone una conexión
con todo, todo el tiempo.
Ahora bien, el estar conectado no es sinónimo de estar comunicado.
El todo disponible y siempre conectado corrompe, en realidad, toda posibilidad de
comunicación, pues no hay lugar para la escucha, vaivén fundante de toda interlocución.
Vaivén, en tanto vibración que instala no sólo lo común sino, en ese mismo acto, señala lo
diferente entre uno y el otro. Diferencia que excluye esa conexión que lleva como meta “un
para todos los mismo.
A la vez, la urgencia, la inmediatez del logro anhelado no permite dar lugar a esa demora que
lleva todo proyecto, de la necesidad de recorrer un trecho, de la experiencia del camino hacia…
Esta urgencia, en la que único valor es el fin, implica la pérdida de la oportunidad de su disfrute,
más allá de su logro, o de la frustración por habernos, tal vez, equivocado. Dos caras del
sostener la aventura ante la desventura a la que nos enfrenta lo enigmático del vivir.
Así, si no hay permiso, ni tiempo ni espacio para hacernos cargo de esa mixtura necesaria que
surge de la ligazón entre el pensar, los afectos, la sensibilidad, las emociones que
inevitablemente hacen a lo humano y al despliegue de nuestra humanidad, no habrá lazo, sólo
logaritmos.
Ello es lo que torna imperioso recordar que esas ligazones son indispensables para tejer esa
trama singular que cargará con los jirones del juego de ruptura y enlace con el pasado, con las
tradiciones, con aquello que nos constituye: lo común que nos aúna y las diferencias que nos
singularizan se ponen en juego en cada encuentro “con-contra” lo diferente, el otro, el mundo.
Experiencias constitutivas, que solo en su valor esencial de ofrecerse como donación implican
un acto de amor, de reconocimiento, de intercambio… que instauran la oportunidad de no
quedar atrapados en los extremos apropiación/ abandono como fijeza irreductible. Abiertos al
deseo la incerteza será nuestra compañera de camino.
Vaivenes, orígenes de ese texto, tejido narrativo propiamente humano, que ofrece la
posibilidad de instituirse y ser instituyente de un por-venir abierto a la interrogación. A sostener
la duda, el misterio por lo posible, lo imposible y lo no posible.
Ser y estar sujetos de un lenguaje que no sólo explica, describe, conecta, sino que encierra un
decir más allá de toda sapiencia, explicación, comprensión… imprescindible como cualquier
otro alimento vital.
Y así será la historia, esa historia hecha de relatos, que nos hacen y hacemos en tanto
parlantes, aún a sabiendas de que el lenguaje encierra algo inefable.
Y no es difícil reconocer que la libertad, el respeto, las instituciones, el derecho… son temas
que han atravesado la historia de la humanidad.
Cuestiones complejas que van conformado ese Ethos, en tanto núcleos míticos de la cultura y
que nos exigen ser responsables de nuestras palabras y de nuestros actos, con uno mismo y
con lo otro (humano, naturaleza, planeta, cosmos). Esa ética que nos permite vivir con otros,
guiándonos para “encontrar esa distancia justa para no lastimar ni salir lastimados” como nos
recuerda Schopenhauer en su Filosofía del Erizo.
Los panoramas actuales, cercanos y lejanos, nos intiman a despertar del letargo al que nos
fueron llevando las propuestas totalizadoras, las respuestas unívocas, la portación del “saber
todo”,… bajo su insistente invitación a vivir en un mundo sin conflicto.
Utopías de un día a día garantizado por el control, la “corrección”, la planificación. Un ilusorio
estar sinsabores. De su imposibilidad da muestras nuestra vida cotidiana.
El devenir de la historia no deja de mostrarnos que nuestro habitar no es sin sortear minuto a
minuto, turbulencias, desazones, malestares. Y cada época expone los modos bajo las cuales
esas cuestiones subsumen su desmesura.
La oferta de garantía de una vida sin conflictos vela bajo su demanda infinita la fatalidad de
ese siempre querer, poder, saber… controlar más y más. Ese no poder contentarse con nada.
Siempre queriendo algo más en cuanto se obtiene lo que supuestamente nos iba a satisfacer.
Esa carrera imparable que no es más que otra semblanza de ese padecer de más que marca la
época, desmesuras que parecen reclamar un dique.
Porque junto al imperativo de “sé feliz”, de la disponibilidad sin límites, de la intimidad “dada a
ver”, de actos que pueden ser renegados sin consecuencias, etc. se teje una telaraña de
palabras que juzgan, culpan y sobreseen sin pudor. Y en todo en nombre de una supuesta
libertad.
Sin embargo, el panorama actual, cada vez más signado por la reificación, la fugacidad, la
pobreza del lenguaje y el vacío de pensamiento, no deja de dar señales de que la
sobrevalorada racionalidad también porta irracionalidad. Así podemos leer las distintas formas
en que se está violentando no solamente a la humanidad sino a nuestra tierra.
Siguiendo los mojones marcados, asumimos en esta oportunidad el desafío de expresar
algunas reflexiones a partir de la riqueza que nos ofrece la no literalidad del lenguaje, su
multiplicidad de sentidos
Y el desplazamiento que ofrece la metáfora en su finalidad práctica y estética y nos da la
oportunidad de preguntarnos ¿cómo desarmar esa telaraña ?, ¿cómo transmitir el deseo de
erigir un dique ante tanto exceso que nos encandila?
Sabemos que las arañas tejen instintivamente la telaraña. Esa red, hecha con un hilo tan tenue,
tan sutil, que la hace casi imperceptible ante nuestros ojos y al de otros animales …cuyo fin no
es sólo el cuidado de sí mismas, la protección ante posibles depredadores sino, también, la
posibilidad de atrapar una presa, aquella que esté distraída y le posibilite convertirse en
depredador.
Y al hablar de un dique, nos referimos a esa invención humana que intenta evitar efectos
naturales destructivos ante determinados desbordes. Pero, a menudo, la reducción del riesgo
sólo contempla su propio beneficio sin considerar el efecto que puede tener sobre su hábitat.
¿Olvidando? que no sólo los humanos habitamos el planeta y que el uso de sus compuertas o
canales deberían contemplar múltiples beneficios o intereses, no únicamente personales o de
unos pocos.
En definitiva, somos víctimas y testigos que nada es bueno o malo per sé. Como dice el poeta
“allí donde está el peligro crece lo que salva”. Hay que ser capaz de avizorarlo…
De tener el coraje de asumir y explicitar nuestra posición que no es ni más ni menos que
hacernos cargo de la libertad, responsabilidad y derecho de intentar transformar la telaraña en
una Red capaz de amortiguar caídas, así como de brindar impulsos para seguir avanzando
creando nuevas maneras de regular los diques que la vida impone.
Es nuestra apuesta frente a los atolladeros de la desmesura.
Deseamos que la incertidumbre de alcanzar lo que nos proponemos no sea impedimento
para intentarlo.
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