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¿QUÉ HACE LA LITERATURA POR EL FEMINISMO?

  por Yamid Zuluaga

Para el tiempo en el que vivimos, mostrar la fortaleza y ampliar la voz que se le ha negado a las mujeres es vital.


 
En la literatura abundan colecciones de desgracias femeninas, así como intentos de reivindicación que son interpretados desde un lugar y un discurso que sigue estando en disputa y que se resignifica en periodos de tiempo muy cortos: el feminismo. 
 
Primera, segunda y tercera ola feminista; mujeres a favor y en contra de la población transexual, hombres excluidos del debate, hombres incluidos en el debate, defensa de la igualdad de oportunidades frente a la ley, desestructuración de la objetivación del cuerpo femenino, hiper liberalidad sexual, exclusividad genérica para decidir abortar, desvinculación del sexo biológico con la identidad sexual, condena al patriarcado, micro-machismo, paridad, acoso sexual, post-porno, en fin, hay para todos los gustos. ¿Cuál es entonces la función de la ficción en este mundo de afiliaciones y contienda? Para ser más profundos: ¿cuál es el enemigo?
 
Así visto, Margaret Atwood toma vigencia y reconocimiento mundial cuando su producción literaria, en especial su novela El cuento de la criada (1985), se alinea de una forma precisa y cortante con la ideología feminista que busca en el pasado una representación de la lucha y un discurso que acompañe los postulados que propone para repensar el rol de la mujer y la disposición social de los efectos de una sociedad misógina. 
 
La función entonces de la literatura de ficción como acompañamiento de esta lucha -a diferencia de géneros como el ensayo o la autobiografía en los que se explicitan los debates teóricos y ellos requieren de una validación científica estricta- es representar, hacer evidente, sensibilizar, mostrar, transmitir de forma emotiva y simbólica el sufrimiento que el devenir histórico ha infringido a la población femenina. Todo bajo la supuesta premisa de "entender bien una novela" lo que implica que puede ser mal interpretada; pero es que la literatura no tiene acertadas o desacertadas interpretaciones, la mitad de la idea la propone el autor y la otra mitad la completa el lector con su experiencia individual. Son cuestiones de formas y de contenidos más que de intenciones.
 
¿Es toda novela de mujeres feminista? ¿hay acaso novelas que no sean de mujeres? ¿son solo novelas feministas aquellas que explican cuál debe ser el rol de la mujer en la sociedad actual? ¿son aquellas que cuentan el dolor femenino y el maltrato infringido por personajes masculinos?
 
La crítica literaria es conjetural ya que al no ofrecer una doctrina que se defienda con argumentos, el rango de interpretación se amplia. Lo dice Cervantes en el prólogo de sus Novelas Ejemplares  (1613): "Heles dado nombre de ejemplares, y si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso" lo que nos asegura que, si de cerca lo pensamos, algo bueno podrá ser, pero si no, nada habrá que nos enseñe. Así mismo, la lectura crítica de las obras literarias ofrece una base interpretativa, un camino para guiar al lector -también para influenciarlo- en cómo debe entender cierta novela, qué debe pensar de ella y en los casos más escandalosos, qué debe concluir. 
 
En Elena sabe (2007), novela de Claudia Piñeiro, la protagonista, Elena, va al encuentro con Isabel, una mujer que años atrás tenía la intención de abortar, pero Elena y su hija se lo impiden al verla llorando afuera del centro de abortos. La novela es leída desde la hipocresía social y el imperativo religioso; se muestran los peligros de los centros clandestinos de aborto, el miedo de las mujeres y la violación a su derecho de forjar un proyecto autorreferente de vida. Sin embargo, algún religioso puede pensar que es una novela que impone una decisión correcta, es decir, que haber evitado el aborto es la enseñanza del texto y que, si la madre se arrepintió de no haberse practicado el aborto, es ella la hipócrita. Lo que la escritora piense es irrelevante en cuanto nuestra relación con los libros es personal; entendemos lo que queremos entender; vemos lo que queremos ver, pero si hemos estado expuestos a información que nos brinde un marco teórico de referencia, será allí a donde se incline nuestro sentido crítico.
 
La mano izquierda de la oscuridad (1969) de Úrsula Le Guin, ha sido leída bajo los códigos feministas y de ella se concluye que una sociedad sin el sexo como operador de deseos, sería la solución a nuestros problemas. El conflicto radica en que el componente fantástico del universo Ekumen (construcción literaria que incluye gran número de novelas y cuentos de Le Guin), presenta una sociedad utópica, que no existe, que mantiene un orden diferente de la vida en la que hoy nos desenvolvemos. A Le Guin no le gustan los rótulos como el de "literatura feminista" pero de nuevo, nada importa su opinión si la crítica ve en ella algo que ella no quiere ser. 
 
Las literaturas feministas son los ejemplos del feminismo. Entonces, si el arte lee la sociedad y la codifica simbólicamente, la vuelve hitos -como Susan Sontag-, melodías -como Nina Simone-, visiones -como Yayoi Kusama-, sensualidades -como Tamara de Lempicka-, también se debe respetar la posición que cada uno, individualmente, decida para su propia vida sin desmedro de lo que "las mujeres deben ser", porque si algo debemos ser es libres. 
 
Uno de los postulados del feminismo es la igualdad de las mujeres con relación a los hombres. Esa igualdad se mide en términos de poder, en relaciones jerárquicas que instalan una escala con peldaños que más parece una pirámide que una organización humana y ganar los peldaños más altos es el objetivo; tener acceso a ellos. Jugar con las reglas y en los patios de juego que han sido solo para hombres tampoco es una gran vida. El flujo se habilita en doble sentido; ellas deben alzarse en la práctica del poder político, económico, en la agreste competencia que la administración de la democracia exige, pero también ellos deben alzarse en la ejecución de la sensibilidad más primaria: las emociones. Permitirse el dulce estado de la vulnerabilidad, la libre agonía del llanto. Quizá la renuncia masculina a lo estético y a lo sensible es un sufrimiento tan intenso que se agrava con el silencio impuesto a los seres llamados a no sentir. 
 
Ninguno de los dos movimientos impide la educación, la formación individual, la negligencia de no tomar un poco de sentido común. Sor Juana Inés de la Cruz había comenzado a rechazar su posición desigual, a criticar el relegamiento que por mujer y americana sufría y alabar cualquier camino para el bien con la idea del alma asexuada que ya había pensado Aristóteles y comentaba en la Respuesta a Sor Filotea (1700): "señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas costillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito".
 
Alguna parte de la brecha la encontramos resuelta en la literatura universal que no concibe una idea más brillante de igualdad que la de ser todo reducido a la combinación de palabras. Y ahí mismo, en esa organización social de manera horizontal y entintada, encontramos formas del equilibrio: "Excepto la nobleza de sangre, todo lo demás puede adquirirse por medio del talento, el genio, la sabiduría, la inteligencia" le dicen a un Raskolnikov perturbado en Crimen y castigo (1866) explicando que el billete de lotería de entonces pasaba más por la posición social que por las preocupaciones del género -es también el feminismo un pulso de época- y que para todo lo demás valía el talento. 
 
Muchas voces, mucho ruido, muchas sintonías; es ese un rasgo fundamental de nuestra sociedad conectada y comunicada; un lugar donde todos pueden reclamar espacio sonoro y casi imponerlo, las peleas en la televisión, en la radio y en las calles se vuelve purulenta, hierve como el agua sometida al fuego y cubre la cotidianidad con discursos que encuentran en la masa uniforme un receptor ávido de información que puedan usar en charlas para denotar sabiduría porque "se puede concebir algo más terrible que un infierno donde suframos, y es un infierno donde nos aburramos", dice Víctor Hugo. El feminismo se encuentra con la posibilidad de la palabra y arma lío, grita sus necesidades para no ser más ignoradas; advierten que, si sigue así la cosa, #MiráCómoNosPonemos, pero algo continúa estando fuera del alcance, algo sigue esparciendo la idea de que o todo no ha sido dicho, o todo no ha sido reclamado, o todos no han entendido. El mismo Víctor Hugo, el cronista social más interesante del siglo XIX en Francia, al respecto escribía en Los miserables (1862) "La verdad es que no hay nada como decir algo que nadie entienda para que todos hagan lo que te dé la gana" y pienso en el caso de Agustín Muñoz, un efecto colateral del mal uso de la denuncia.
 
Como propone Daniel Herrendorf en su novela Todas las mujeres son muchas (2019), la guerra de los sexos se instaló desde el primer momento de la biblia: "Ellas estaban ofendidas de muerte desde la historia misma de la costilla. ¿Por qué debían ser una costilla de Adán, y no al revés? ¿Y por qué una costilla y no un testículo, la mitad del hígado o todo el corazón? Era una historia absurda, injusta y necia". Esta novela es una representación de un nuevo surrealismo mágico, un tipo de prosa y abordaje social lleno de un aire latinoamericano, de una realidad que está por encima de los debates feministas: la pobreza. Su estilo encuentra en la cotidianidad de mujeres indígenas del norte de Argentina, de Bolivia, de México o de Colombia, una mirada sobre la relación genérica atravesada por la conquista, la religión y la miseria de países ricos en carencias y sociedades imbuidas en una explotación incesante. Es indispensable el elemento fantástico del surrealismo mágico porque hace de la parábola una lección de grandes ideas. Sale de la crítica directa para enfocarse en las causas de la miseria en nuestra región.
 
Es violencia de género y es violencia.
Es violencia intrafamiliar y miseria.
Es abuso e ideología.
 
El problema es que un hombre le pegue a una mujer; el problema más grande es que una persona le pegue a otra. No solo somos una historia de misoginia, somos una historia de poder (Elizabeth I, Catalina la Grande, Didda de Cachemira, Elizabeth Bathory, Ranavalona I de Madagascar), somos una historia de ambición y de riqueza. Todo ello tiene su espacio en la literatura donde todo es posible y donde las mujeres pueden llegar a ser tan malvadas como los hombres. Es el caso de Clitemnestra en Agamenón:
 
"Alábame o vitupérame, si quieres; me es igual.
Este es Agamenón, mi esposo,
muerto por esta mi mano derecha. La obra es de hábil artífice.
Tales son los hechos"
 
Milady de Winter en Los tres mosqueteros (1844) tampoco es un ejemplo de bondad y virtud, todo lo opuesto a un ejemplo de virtud o la Marquesa de Merteuil en la novela Las amistades peligrosas (1782) de Pierre Choderlos de Lacios.
 
Acaso la necesidad de tener a alguien a quien atacar retrospectivamente ha terminado en una disputa ideológica más importante que solucionar el hambre mundial. Pero hay que se cautelosos; la literatura acompaña los movimientos sociales, pero también deben ser leídos críticamente y analizados desde adentro y no solo con las etiquetas que mantenga. Sí, hay muchos libros sobre feminismo, pero todos no dicen lo mismo, incluso algunos, con perspectivas diferentes, pueden llegar a destruir más que lo contrario.
 
Tenemos la oportunidad de ser mejores que nuestros antepasados y en ocasiones parece que el objetivo es vengar los siglos de represión, humillación y maltrato. Qué seremos cuando esa venganza esté completa y hagamos un mundo en el que no nos necesitemos unos a los otros. 
 
La literatura puede acompañar a todos los movimientos ideológicos; está en el poder de cada lector la influencia que puede generar en su propia perspectiva. Entonces, si conoces las dos partes y los matices, ¿cuál es tu postura? 
 

07/10/2019

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