Feminizar es poner en crisis símbolos culturales, prácticas arraigadas, sentidos instituidos; por ello no nos contentaremos con interesantes debates académicos o declaraciones políticamente correctas; propongo mirar la realidad de frente
Le cerraron todas las salidas, entonces ella salió por la entrada. Pretendo que sea esta lógica la que nos guíe en el recorrido que iniciamos.
Cuenta la historia que las primeras representaciones de mujeres fueron encontradas en las cuevas que habitaron el paleolítico y el neolítico, años y años antes de Cristo.
Tiempos de representación, tiempos de entrada en el universo simbólico, y el cuerpo de la mujer torna diosa el misterio de lo fértil, el misterio de dar vida. Con ello, el enigma femenino irrumpía en las gélidas tierras del humano para no abandonarlas jamás.
Efectivamente, del techo de las francesas Cuevas de Chauvet cuelgan piedras en las que se pintaron piernas y pubis y en su reverso un minotauro, con aire similar se hallaron otras en las Cuevas de Jura de Suabia, en Alemania. Diosas.
Y qué decir de las llamativas figuras desnudas, regordetas, con grandes pechos y abdomen prominente, pubis y nalgas remarcados, que se hallaron repartidas desde Francia a Siberia, desde el norte italiano hasta el Rhin. Diosas paganas que fueron equivocadamente "bautizadas" Venus de Willendorf, y digo equivocadamente porque ninguna cumplía la función Venus -la función sexual-, pues ésta no existía en el universo simbólico más antiguo en el que la fertilidad de la tierra y la fecundidad de la mujer eran solidarias.
Esta representación de la mujer, símbolo de la Diosa, Gran Madre, cuya manifestación era todo el reino natural, era la figura divina predominante, y evidencia de adoración a un principio femenino.
Culto o ritual, estas estatuillas, que se supone moldeadas por las propias mujeres, pudieron estar en altares o servir de amuletos, pero encierran en su factura el misterio del cuerpo femenino. No se trata de bisontes, flechas, o manos, pintadas en paredes. Se trata del volumen, del movimiento, son esculturas.
La escultura suscita la pregunta acerca de qué significa un cuerpo en tanto viviente, y en este caso el cuerpo de una mujer.
Y ésa parece ser la función fundamental de estas divinidades: la fertilidad en tanto dadoras de vida y, en su envés, el servir de recepción en la muerte.
Y, si bien es cierto que sólo podemos crear una re-presentación de esas representaciones del pasado, creo que no nos equivocamos si pensamos estas estatuillas como la primera forma conocida de figuración del enigma femenino.
Aquellos tiempos de diversas manifestaciones de La Diosa, de predominio de lo femenino han abierto el camino a diferentes tesis de la evolución de la sociedad y la cultura: ¿del mundo matriarcal al mundo patriarcal?, ¿de las divinidades a las Venus?, ¿de la diosa dadora de vida a Afrodita?
Incógnitas en las que no me detendré en este momento porque hoy interesa seguir el recorrido por el que dimos el primer paso: hago mías estas palabras de Joseph Campbell, un estudioso de los mitos y las religiones comparadas:
"El punto de vista patriarcal separa a los pares de opuestos como si fueran absolutos y no meros aspectos de la más amplia entidad la vida".
He elegido estas diosas, -nuestras "Pacha-Mamas"- porque ellas representan un universo femenino y una mirada femenina del universo que yace soterrada por el "mito del héroe", que torna la mirada abierta a la creación cíclica y constante, en una mirada antitética de valores irreconciliables.
Mi apuesta es a revalorizar esta dimensión del pensamiento en la que había una "comprensión" perdida. Esta dimensión que soporta lo femenino, porque como dice Daniel Herrendorf "las mujeres le llevan a la vida un hijo de ventaja".
Se requiere claridad: no se trata de una esencia, tampoco de la maternidad; hayamos parido o no, las mujeres estamos ligadas a la vida y la muerte de una manera enigmática y única. Hay "algo" que no puede representarse, hay "algo" más allá de lo que puede decirse.
Enigma de lo femenino que ha desvelado y desvela.
Por eso digo apasionadamente que los hombres son diferentes.
Cada mujer, cada una de nosotras, tiene derecho a que su mirada, su lógica, su peculiar manera de habitar el mundo, sea incorporada en todas las "agendas", sea promovida en el discurso, sea incorporada a la experiencia.
El Consejo de la Mujer de este Instituto no cejará en delinear, proponer e impulsar planes y programas que sostengan la "feminización de los derechos humanos".
Feminizar es poner en crisis símbolos culturales, prácticas arraigadas, sentidos instituidos; por ello no nos contentaremos con interesantes debates académicos o declaraciones políticamente correctas; propongo mirar la realidad de frente y, entonando nuestra música, sacarla a bailar a nuestro ritmo con la decisión que impulsa el derecho a un buen encuentro.
© Mónica Chama - IIDH-América