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Más allá de las razones “buenas” para la guerra que entablaron Rusia y Ucrania, sabemos que una guerra nunca es razonable y siempre es una derrota para la humanidad. Es más, la paz es el principio sobre el cual se han apoyados los Estados para existir y cooperar entre ellos.

El cierto que la guerra es una desgracia. Pero también lo es que tras milenios de experiencia política y social, deberíamos saber renunciar a la guerra.

Hasta el siglo XIX las guerras fueron un medio: el triunfador ganaba territorios, lealtades, países. Desde la I Guerra Mundial hasta ahora, las guerras no son medios sino fines: se trata de ganar superioridad y poder lograr una “dominación” cuyos objetivos nunca están claros.

Tras el desarrollo de los Derechos Humanos en los siglos XX y XXI, pensar en una guerra territorial en la cual todos pierden, parece una fantasía teatral. Están muriendo niños, personas desvalidas, ancianos y muchos otros civiles sin opinión ni acción sobre el conflicto. Los tratados de Ginebra han sido violados de manera grotesca y las naciones desarrolladas hacen cálculos económicos: como Ucrania provee el 30 por ciento del trigo, el 20 por ciento del gas y mucho uranio y petróleo, los países desarrollados cuentan sus ganancias si la guerra la gana uno u otro como si jugaran a la ruleta.

El mundo necesita paz. Para crecer o no hacerlo, pero en todo caso para poder transitar la prosperidad o la pesadumbre en paz.

La pobreza y la abundancia sólo pueden transitarse en paz; la debilidad y la fortaleza, la satisfacción o el disgusto, lo que fuere puede vivirse con una única condición: la paz.

Tal vez la especie humana está declarando su derrota cuando no encuentra más que en la guerra una forma de hacer política.

Toda guerra es una derrota anunciada, sea quien se considere triunfador; pues no hay “triunfos” en la guerra: hay masacre y muerte, hay niños muertos, hay heridas que no sanarán y hay incurable destrucción de vínculos de amor.

¿Por qué no enardecerse cada día por tamaña destrucción de la vida?

La guerra no es una opción. Y no lo será mientras haya quienes lo digan.

(Equipo del IIDH-América)