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Una de las posibilidades que trajo el avance en la comunicación es poder ver cómo viven los demás por allá al otro lado del mundo. Cuando en países como Argentina, Estados Unidos o Francia se hace un gran despliegue de alegría en tono carnavalesco para celebrar los derechos adquiridos para la comunidad LGBTI+ (que no son más que las disidencias sexuales que no encajan en la norma heterosexual históricamente impuesta), existen muchos que en este día de orgullo gay solo pueden ver por la ventana y anhelar la libertad de poder amar a quien quieran sin ser multados, ir a la cárcel o ser ejecutados. 

Parece que es un tema gastado, parece que ya existe una parte del mundo en donde la defensa de ser libremente es protegida, garantizada y promovida; sin embargo, en el día y el mes del orgullo gay también se deben repetir hasta el hartazgo aquellos discursos homofóbicos que cada vez se fundan en argumentaciones más débiles y sin sentido y exponer su daño, su nivel de violencia y de injusticia.

Por ejemplo, el rechazo de ciertas religiones hacia la homosexualidad, en tonos condenatorios e inflexibles, con gritos «infernales» y ataques brutales, nos atrasan como sociedad, invalidan la libertad religiosa, la búsqueda de la propia orientación sexual y del proyecto autorreferente de vida. 

Un guía espiritual que impone con terror la heterosexualidad como única posibilidad, ofende a sus propios seguidores, les arranca sus derechos, los aleja del bienestar. 

Un político que promueve leyes en contra del matrimonio igualitario o la adopción por personas de la comunidad LGBTI+ impone el estereotipo de que los gais no podemos ser excelentes padres, esposos, compañeros, ciudadanos. 

Aquella perversión sexual de la que tanto se acusa a la comunidad LGBTI+ debe ser también reformulada, pues si nos vamos a los hechos, la sexualidad es individual y universal, todos somos partícipes de la convención al respecto y es imposible (además de peligroso) repartir etiquetas basados en estereotipos, pues entonces cometeremos los mismos errores, como aquella ignorancia que hace a alguien pensar que todos los hombres son violentos, que todas las mujeres son incapaces o que todos los gais están enfermos. 

La invitación es entonces a tratarnos como humanos, y a recordar a aquel hombre o aquella mujer atrapados en la caja impuesta que los hace desdichados.